domingo, 25 de mayo de 2014

Homenaje a Norberto Hugo Palermo por Gustavo López

Homenaje a Norberto Hugo Palermo                        

                                                                                       Por Gustavo López

Yo no conocí personalmente a Norberto, a Beto, pero sí lo conozco a través del amor que le tiene Silvia, su hermana.
No conocí sus secretos, pero los imagino pensando en aquellos ojazos negros de Miriam, siempre asombrados y dispuestos a descubrir algo nuevo.
Silvia y Miriam soñaban de adolescentes con un mundo distinto, sin injusticias, y sin darse cuenta, sus sueños eran los de Beto, seguían sus pasos que eran los suyos también, para encontrar esas puertas que las llevaran a una nueva construcción
Silvia me cuenta que la última vez que vió a Beto fue el 12 de octubre de 1975 y el 15, el día del cumpleaños de Lydia, ella, Miriam, sus padres, esperaron sin saber como iban a esperar tantas familias.
Me duele imaginar a Silvia, con sus apenas 17 años, acompañando a Bruno por los laberintos del horror, esperando en los despachos de los militares, soportando indiferencia y maltrato.
Me imagino y me duele, viendo los ojos de Miriam, acompañando a Silvia y a Bruno en la búsqueda de un cuerpo para enterrar un duelo.
Me imagino y me duele, viendo a los tres, volviendo a la misma casa con las manos vacías y ese nudo en la garganta.
Me contó Silvia que su padre no dejó de dar vueltas alrededor de la Plaza de Mayo y eso hace que hoy estemos aquí, recordando a Beto.
¿Qué es el recuerdo, algo que ya pasó o que llevamos adentro?.
Si pasó ya no está y a Beto, los que lo quisieron, los que lo quieren lo llevan adentro, les marca la línea imaginaria e inalcanzable del horizonte y los ayuda a caminar, a no bajar los brazos, a seguir tratando de alcanzar la utopía.
Me imagino a Beto, acá, en la escuela primaria, hace muchos años, cuando las madres almidonaban los delantales y peinaban a sus hijos varones con gomina. Y lo imagino como Silvia siempre lo recuerda: lindo, tímido, con ojos color de miel.
El cuerpo de Beto no está, pero él sí, en nuestra memoria y su espíritu va a quedar vivo en esta baldosa que lo recuerda y que le indicará, quizá, a los chicos de siempre cual es la vereda correcta.
Una compañera escribió hace ya mucho tiempo, sin pensar en Beto ni en los chicos de esta escuela y pensando en todos los Beto y en todos los chicos el siguiente poema:

Ellos salvarán
lo que peleamos.
El sol,
el pan,
las calles infinitas.
Ellos verán
las ideas desgarradas pero erectas
las manos victoriosas
las espigas.
Llevarán al hombro un largo olvido de sangres y derrotas,
un presente soñado desde siempre.
Heredarán el aliento imbatible
más allá de nuestros huesos y despojos
y entonces
todos estaremos allí
en el soplo resucitado de nuestra voces .


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